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Distillations magazine

Unexpected Stories from Science’s Past
April 11, 2025 Environment

Datos ‘proxy’ que hagan justicia

La historia climática de las regiones tropicales ha sido crónicamente poco estudiada. Corregir el rumbo exigirá nuevos métodos y puntos de vista.

Fotografía en blanco y negro de un hombre de pie junto a una sección transversal de un árbol enorme
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El olor a cloaca o caño nos recuerda partes de una ciudad que preferiríamos ignorar. Es incongruente con algo tan pintoresco como el Salto del Tequendama. Sin embargo, el olor es inconfundible cuando las cascadas se derraman desde el frondoso bosque andino. Esta caída de agua de 132 metros de altura es emblemática del altiplano de Bogotá. Los indígenas muiscas creían que su dios Bochica abrió esta cascada para drenar el altiplano que hoy es la Sabana de Bogotá, después de que una gran inundación pusiera en peligro a sus antepasados. En la actualidad, las aguas del Tequendama se enrutan hacia una Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (Ptar), construida para filtrar la fétida contaminación que viaja 32 kilómetros río abajo desde Bogotá.

La Ptar está cerca de un afloramiento rocoso que lleva en pie millones de años, mucho antes de que algún ser humano pusiera ojos sobre esta cascada o incluso de que esta existiera. Las rocas del afloramiento han visto cómo el altiplano de Bogotá (o altiplano cundiboyacense, como lo llamamos en Colombia) ha pasado de ser un bosque perfumado a un pantano maloliente. Ellas han estado en el fondo de un enorme lago, tan profundo que podría cubrir con sus aguas la mayoría de los edificios de Bogotá.

Lo sabemos porque estas rocas no solo son testigos de los cambios medioambientales de la región, sino que los registran. Los climatólogos las denominan archivos o registros climáticos, es decir, elementos naturales duraderos cuyas características físicas y químicas están determinadas por su entorno. Otros archivos climáticos comunes son los corales, los núcleos o testigos de hielo, los sedimentos de lagos y los anillos de los árboles. Las mediciones geoquímicas, físicas, geológicas y biológicas obtenidas a partir de estos archivos se denominan proxies o indicadores paleoclimáticos en este contexto. Los científicos pueden leer los proxies asícomo los detectives leen la escena de un crimen, recogiendo pistas que ayudan a descifrar los cambios en los entornos y las comunidades vegetales del pasado intangible.

La relativa ubicuidad de archivos o registros sedimentarios como el afloramiento del Salto del Tequendama puede hacer pensar que el acceso a la historia de hace miles o millones de años está al alcance de científicos en todo el mundo, pero no es así.

Fotografía aérea en color de una cascada empinada en un entorno rocoso y exuberante
El Salto del Tequendama, febrero de 2020.

La literatura y artículos científicos guían el viaje a estos territorios pasados. Sin embargo, la mayor parte de este discurso procede de Europa, Estados Unidos y otras regiones de latitudes medias-altas, no de las tropicales como Colombia. Del mismo modo, las universidades que albergan la mayoría de las muestras de estos archivos están situadas en climas más fríos, lugares en donde es difícil imaginar cómo se veían o cómo olían esos bosques tropicales que alguna vez existieron allí. Pero esta imaginación basada en la experiencia es importante. Nos ayuda a entender cómo cambiaron los ecosistemas antes de la llegada de los humanos y a comprender qué tan resilientes han sido a lo largo de millones de años.

Las desigualdades sociales han hecho que conozcamos más de algunas regiones del mundo que de otras. El pasado geológico del Salto del Tequendama, por ejemplo, es menos conocido fuera de Colombia que otros archivos climáticos. Algunas desigualdades en la climatología, como las barreras lingüísticas y la producción desbalanceada de conocimiento geográfico, dificultan nuestra comprensión del clima en las regiones tropicales y el hemisferio sur. Para los climatólogos de los trópicos, estas brechas exacerban problemas que limitan el avance de la ciencia del clima: estándares precarios de datos entre regiones y disciplinas, falta de acceso a datos abiertos reproducibles e incluso falta de colaboración e intercambio de datos entre disciplinas. Y eso es solo una parte de la historia; algunos archivos encarnan en sí mismos injusticias climáticas. Consideremos los anillos de los árboles.

Fotografía de primer plano de una sección transversal de un árbol que muestra anillos
Corte transversal de un árbol de Tachigali colombiana, de la selva tropical del Chocó colombiano.

La dendrocronología, o estudio de los anillos de los árboles, se desarrolló gradualmente durante la última parte del siglo XIX, cuando el conocimiento de la botánica, el clima y la geografía sirvió en parte para la expansión imperial. Hoy en día, los dendrólogos siguen analizándolos para investigar patrones climáticos a lo largo del tiempo. Sin embargo, el estudio de estos anillos no suele contar la historia de todo el mundo. No puede hacerlo.

La mayoría de los anillos de los árboles son como cintas fotográficas del invierno. Demarcan la relación de cada planta con el clima, la topografía y la geografía, y también nos indican cuándo estas entraron en estado de hibernación. El momento en que el cámbium vascular de un árbol —su principal tejido de crecimiento— suspende su actividad durante el invierno, queda una cicatriz en el tronco que registra una historia de variaciones a lo largo del tiempo. Recopilar y analizar estas cicatrices, nos ofrece poderosos archivos y perspectivas de cómo ha fluctuado el clima y cómo los árboles han sobrevivido al cambio climático. Los anillos pueden informarnos sobre las condiciones hidrológicas por las que han pasado los árboles. Al medir el desarrollo de los aros, los científicos también pueden determinar cómo cambió la disponibilidad de agua durante la temporada de crecimiento del árbol y reconstruir una historia del hidroclima en la región en donde este se encuentra. Sin embargo, este tipo de archivos o registros no son estándar ni están distribuidos uniformemente en todas las latitudes. En donde no hay invierno, los anillos son más difíciles de encontrar.

Fotografía en blanco y negro de una mujer mirando una gran sección transversal de un árbol marcada con etiquetas y fechas que van desde 1940 a 1492
Examinando los anillos de los árboles en la Universidad de Idaho, 1940.

Mucha gente asume que todos los árboles crecen con anillos, independientemente de su geografía. Pero esta característica en aquellos ubicados en regiones tropicales son tan naturales como la nieve en el desierto. La manifestación de los anilloss en estos archivos depende de las condiciones de temperatura y debe destacarse como tal. De lo contrario, se estaría desvinculando a la planta del contexto climático y geográfico, lo que socava el conocimiento de esta disciplina, es decir, la capacidad y la ciencia de saber en qué influye el clima y qué lo impacta. En latitudes tropicales, se han descrito algunos casos raros de anillos de árboles debido a las bajas temperaturas y estacionalidad en grandes altitudes, pero esta singularidad no representa “los trópicos”. No reflejan por completo el clima en las regiones tropicales.

Solo durante la última década, cuando más científicos de estos lugares empezaron a estudiar sus árboles, la dendrocronología empezó a contar una historia verdaderamente tropical y a encontrar más árboles con anillos. Las estaciones, tal y como las conocemos en latitudes medias y altas, no son la razón de estos anillos, sino las fluctuaciones de lluvia características de las temporadas allí. El déficit hídrico (estación seca) y el exceso (estación húmeda) dictan los patrones de crecimiento periódico de la mayoría de anillos de los árboles tropicales.

La existencia de estos se conoce desde hace décadas, pero han sido poco estudiados, pues las plantas allí no siguen las reglas base de la dendrología que son formuladas en latitudes más altas; sus patrones se consideran a menudo menos consistentes y poco fiables. Investigaciones recientes de científicos en los trópicos están demostrando lo contrario. En el Chocó, una región en la costa del pacífica de Colombia y que alberga uno de los bosques más lluviosos de la Tierra, una misteriosa combinación de factores produce anillos en más de 60 especies de árboles, un enigma que científicos locales y comunidades afrocolombianas están estudiando en este momento.

Dos fotografías en color: la de la izquierda muestra a un hombre trepando una palmera; la de la derecha, a un hombre sacando un corazón de un árbol en un bosque tropical
Izquierda, el dendrólogo Jorge Giraldo Jiménez instala una cámara en una palmera para tomar fotografías time-lapse del follaje de la selva tropical del Chocó en los alrededores del Bajo Calima, Colombia, diciembre de 2020. Derecha, Sixto Cáceres, residente local y experto en la selva tropical del Chocó, extrae una muestra de un árbol de Tachigali colombiana, octubre de 2024.

A medida que el cambio climático afecta nuestros ecosistemas, los archivos naturales se vuelven fundamentales para descifrar cómo se ha transformado nuestro planeta y ayudarnos a entender qué va a pasar. En las últimas décadas, muchos científicos han utilizado estos archivos para contar historias sobre el pasado y el futuro del clima. Gran parte de la atención se ha centrado en los “puntos de la Verdad”, lugares de investigación que dan credibilidad a la ciencia climática y ejercen una influencia desmesurada dentro del campo, influyendo la manera en que se conciben programas de investigación y conceptos científicos. El Ártico es quizá el “punto de la verdad” más conocido, y lo que incluso constituye información fiable se fundamenta en estudios sobre esos lugares de latitudes altas.

Hasta ahora, los “puntos de la verdad” tropicales que más atención han recibido son los sedimentos marinos y los corales oceánicos. La falta de atención y financiación a otros archivos naturales de las latitudes tropicales es un legado vivo del colonialismo y su persistente tergiversación de la formación del conocimiento. No es que estas regiones carezcan de una diversidad de archivos comprobados. Investigadores —muchos de ellos procedentes de climas atemperados— han establecido el valor que tienen las estalagmitas de cavernas y los testigos de hielo de los glaciares en zonas tropicales. Pero este tipo de “ciencia de paracaídas” o “ciencia colonial” perpetúa una realidad política y socioeconómica en la que las instituciones científicas del norte global priorizan el conocimiento ligado a la extracción de recursos, el desarrollo económico y los complejos militares-industriales. Descifrar los misterios del clima en las regiones tropicales para la salud pública, los derechos humanos y la biodiversidad nunca ha sido una prioridad.

Persona con equipo de buceo perforando un agujero en un gran coral bajo el agua
Intan Nurhati perforando una muestra de coral en las Islas Seribu de Indonesia, 2016.

En consecuencia, los modelos de proyección del cambio climático en los trópicos ofrecen información menos confiable y tienen mayores discrepancias que los modelos de latitudes altas. Desarrollar modelos más precisos y útiles para las regiones tropicales requiere de nuevos archivos climáticos y nuevas aproximaciones.

La paleoclimatóloga Intan Suci Nurhati está aportando a la conversación sobre el cambio climático histórico a través de su estudio de los archivos marinos tropicales, y a la vez está ayudando a mejorar nuestra comprensión de los impactos climáticos futuros en la región Indo-Pacífica. Nurhati hace esto con la generación de registros climáticos modernos de alta resolución a la par con investigaciones que estudian lo sucedido hace miles o cientos de miles de años. En concreto, a través de muestras de corales, sedimentos de aguas profundas y contaminantes como el plomo antropogénico, los microplásticos y los residuos farmacéuticos, Nurhati analiza las “firmas antropogénicas” del cambio del clima y el medioambiente. En otras palabras, está incorporando la contaminación antropogénica a la climatología. Los proxies basados en contaminantes de Nurhati son particularmente especiales porque narran el cambio climático a través de los registros dejados por la industrialización a su paso. Mediante el análisis del plomo antropogénico, por ejemplo, Nurhati y otros están proporcionando nuevos métodos para rastrear el aumento de la contaminación por cuenta de este elemento en los arrecifes de coral, al tiempo que demuestra que también afecta y es afectado por el calentamiento de las aguas.

Otros contaminantes pueden ofrecer perspectivas parecidas. Dados los problemas similares de contaminación por arsénico de origen natural y no natural en todo el Pacífico, los depósitos de este elemento también podrían servir como archivos climáticos en regiones tropicales donde diversas industrias han alterado sus ciclos.

Los archivos marinos nos dan una idea de cómo podría cambiar la superficie del océano en las latitudes tropicales, pero ¿cómo van a afectar esos cambios a los seres humanos y a los ecosistemas en los que vive la mayoría de la gente? La información que nos pueden dar estos registros sobre cómo eran los climas de las tierras tropicales en el pasado y cómo cambiarán en los próximos años es limitada. El aumento de los archivos y proxies tropicales terrestres, hechos por y para los trópicos, es crucial para afrontar los retos que encontrará la humanidad. Esta tarea es especialmente urgente en las latitudes que albergan al 40% de la población mundial, en donde los países en vía de desarrollo abarcan más del 95% del territorio y en donde la gente ya está experimentando condiciones meteorológicas cada vez más extremas: huracanes en el Caribe, sequías en partes de África y Oriente Medio e inundaciones en el sudeste asiático.

Dos fotografías en color: la izquierda muestra a un investigador en un bote en un lago en una zona montañosa y exuberante; la imagen de la derecha muestra un primer plano de capas de sedimentos fangosos con una mano sosteniendo una cinta métrica
Izquierda, la paleoecóloga Susana Velásquez Franco en la Laguna de San Diego en el Valle del Magdalena en Colombia, noviembre de 2024. Antes del 2013, el conflicto armado que duró décadas en el país impedía conducir estudios científicos en el lago. Después de los acuerdos de paz en 2013 y 2016, Velázquez Franco empezó a trabajar con residentes para acceder al lago, en donde usa núcleos de sedimento (derecha) y otras técnicas para rastrear la ecología y clima de la región durante los últimos 1.000 años.

Las historias climáticas terrestres de los trópicos no son del todo escasas. Como se ha señalado, aunque sean pocos, los testigos de hielo pueden proceder de glaciares situados en las cumbres de los Andes o de otras montañas similares. El análisis de los isótopos estables del oxígeno y el hidrógeno en estos núcleos de hielo proporciona pistas sobre cómo cambió la hidrología de la región a medida que la nieve se acumulaba en los glaciares de la cima. Pero a medida que estos se derriten a un ritmo sin precedentes, sus historias desaparecen con ellos.

Los registros de polen, hallados en archivos como sedimentos lacustres y afloramientos, también pueden ayudar a complementar los estudios de clima en latitudes bajas. Desde finales del siglo XIX, los científicos han analizado el polen fosilizado para reconstruir los cambios que se produjeron en la vegetación y el medioambiente hace cientos o millones de años. Gracias a estos indicadores, los investigadores pueden saber cómo se adaptaron las plantas a cambios de temperatura e hidrología y cómo los cambios climáticos favorecieron la migración de las plantas. El afloramiento del Tequendama, en Colombia, es un buen ejemplo. Aunque actualmente se encuentra a unos 2.000 metros sobre el nivel del mar en la cordillera de los Andes, el afloramiento contiene polen fosilizado de palmeras similares a los árboles que ahora viven en el Amazonas, a mucha menor altitud.

Imagen microscópica en blanco y negro de un grano de polen
Micrografía confocal de un grano de polen del Psittacanthus oblongifolius, un tipo de muérdago del Perú. La imagen es parte de un proyecto de obtener imágenes e identificar polen fósil tropical en el Instituto Smithsoniano de Investigación Tropical en Panamá.

Para desentrañar estas pistas, a menudo se necesitan ideas locales e imaginaciones basadas en la experiencia —como las que surgen de alguien que creció oliendo el Salto del Tequendama y escuchando sus leyendas— para abrir nuevas interpretaciones sobre cómo han cambiado los climas de montaña desde que estaban cubiertas por otros tipos de vegetación. Las nuevas explicaciones ayudan a validar la precisión de los modelos climáticos y pueden inspirar nuevas ideas.

Un buen ejemplo es la tarea de investigación que se está llevando a cabo en Colombia sobre lípidos fosilizados. Científicos informaron por primera vez sobre este proxy después de casi cien años desde los primeros estudios climáticos sobre anillos de árboles. Estos lípidos, que una vez recubrieron las membranas celulares de ciertos tipos de bacterias, se encuentran fácilmente en el suelo y las rocas, los fondos de los lagos y los sedimentos de los ríos, en cualquier lugar donde las bacterias puedan vivir y morir. A medida que estas crecen, la composición química de sus membranas se adapta mejor a la temperatura de su entorno. Aunque existen en todo el mundo, las características de estas bacterias las hacen ideales para seguir el rastro de los cambios históricos de temperatura en los trópicos. Mientras que los ambientes helados, es decir a temperaturas bajo cero, las hacen entrar en un letargo —durante el cual no producen muchos lípidos— las de los trópicos pueden brindar un seguimiento ininterrumpido de la temperatura anual a lo largo de grandes periodos de tiempo. Además, en una irónica inversión, los ciclos de adormecimiento de las bacterias en latitudes medias y altas tienden a generar una historia climática más cálida y menos precisa que la proporcionada por otros archivos de esas regiones.

Los lípidos bacterianos son especialmente útiles porque permiten a los científicos llegar más lejos en el pasado que otros indicadores más establecidos, como los corales y los registros de estalagmitas. Proporcionan mediciones que se remontan hasta el Plioceno, aproximadamente entre hace 5 millones y 2,58 millones de años, cuando los gases de efecto invernadero eran tan elevados como en la actualidad —alrededor de 400 partes por millón de dióxido de carbono en la atmósfera— o incluso más.

Hasta ahora, gran parte de los datos proxy de temperatura de esta época proceden de sedimentos marinos o archivos terrestres de latitudes medias o altas, pero se sabe poco sobre cómo cambió la temperatura en los trópicos. Aunque algunos modelos climáticos muestran cómo puede haber cambiado esta región durante ese periodo, hay escasez de datos proxy de archivos tropicales que puedan validar tales resultados. Unos pocos estudios sugieren incluso que allí solo se han experimentado pequeños o incluso ningún cambio de temperatura desde el Plioceno. Sin embargo, los lípidos bacterianos del altiplano de Bogotá cuentan una historia diferente.

Fotografía en color de una mujer de rodillas cavando en el suelo
La geocientífica Lina Pérez Ángel recogiendo muestras de suelo para el análisis de biomarcadores en Choachí, Cundinamarca, situada en la cordillera oriental de los Andes colombianos, agosto de 2017.

Antes de las últimas grandes glaciaciones, los pantanos y los meandros de los ríos dominaban el paisaje del actual altiplano de Bogotá. Las temperaturas inferidas a partir de lípidos bacterianos muestran que entre hace 3 millones y 4 millones de años la región era aproximadamente 3°C más cálida que los niveles preindustriales. Estos hallazgos constituyen una advertencia alarmante para la región, ya que anuncian un mayor calentamiento de los Andes colombianos y de otras zonas tropicales de gran altitud (por encima de los 1.500–2.000 metros) que ya experimentan un clima más cálido y sequías durante los años del Fenómeno de El Niño. Aunque los períodos del pasado geológico no pueden predecir con un 100% de exactitud lo que ocurrirá a comunidades concretas en los próximos años, estos estudios destacan los efectos regionales y globales que pueden informar y ayudar a preparar a las comunidades y los gobiernos cuando las condiciones meteorológicas extremas amenacen la seguridad alimentaria e hídrica.

La colaboración es crucial para el perfeccionamiento y desarrollo de proxies que finalmente sirvan a las comunidades y tierras tropicales. En primer lugar, dado que gran parte de la tecnología de laboratorio necesaria para realizar este trabajo procede de países desarrollados, necesitamos asociaciones entre científicos de esos lugares y los de regiones tropicales. Al mismo tiempo, la academia debe crear asociaciones y relaciones con las comunidades que viven cerca de los archivos tropicales. Estas redes pueden permitir experimentos más sofisticados y elaborados que nos proporcionen mediciones más precisas y datos más afinados para futuras proyecciones climáticas.

Hemos visto los beneficios de estas colaboraciones con estudios sobre lípidos bacterianos en Colombia. Las uniones entre científicos locales y comunidades de los Andes permitieron la instalación estratégica de sensores de temperatura y el muestreo de suelos modernos en tierras comunitarias. Estas mediciones modernas permitieron mejorar el uso de los lípidos bacterianos para estimar la temperatura histórica de la región, midiendo la temperatura in situ, allí en donde viven las bacterias, en lugar de utilizar datos procedentes de satélites y extrapolaciones de estaciones meteorológicas a partir de la temperatura del aire. Posteriormente, la información recolectada sobre estas tierras se compartió con los miembros de la comunidad junto con conversaciones significativas —en su idioma— sobre el razonamiento y la gravedad de los cambios en el clima y los eventos meteorológicos extremos que estamos experimentando colectivamente.

Millones de personas que son testigos de los efectos de nuestra crisis climática no sobreviven por casualidad, sino gracias a sus conocimientos basados en la experiencia. Estos les ayudan a soportar los desastres: inundaciones, sequías y otros cambios en los patrones climáticos que alteran la biodiversidad, la seguridad alimentaria e hídrica y la producción agrícola en los trópicos. Valorar la experiencia vivida es esencial para interpretar las prácticas locales y cotidianas como estrategias de mitigación de nuestro clima cambiante. Tomadas en serio, estas estrategias ofrecen un esperanzador recordatorio de que las comunidades también son archivos, y quizá los que más necesitamos.

Imagen de primer plano de una sección transversal de coral que muestra las capas de crecimiento
Detalle de una radiografía de una sección de coral tomada en el Parque Nacional de Dry Tortugas, Florida, mayo de 2012.

La forma sigue a la función. Si una de las funciones de la climatología es hacer frente a una crisis climática mundial, entonces la forma de investigar y crear archivos climáticos —cómo, dónde y con quién— también debe cambiar. La ciencia del clima, al igual que nuestra crisis climática, es política y se desarrolla geográficamente. Los indicadores que trabajan por la justicia son indicadores de todas partes y para todos.

La forma sigue a la función aún más allá. Si una de las funciones de la ciencia del clima es abordar la crisis global, entonces la comunicación es fundamental. Sin formas de comunicación diferentes entre comunidades, los nuevos archivos climáticos y proxies conducirán a desigualdades inéditas en la ciencia climática. Del mismo modo, si estos nuevos archivos y proxies climáticos son curados sin incorporar acciones de accesibilidad y justicia, se podrían fomentar nuevas jerarquías y traicionar cualquier objetivo de abordar la desigualdad en la paleoclimatología y apoyar a aquellos que soportan la carga de nuestra crisis climática.

El estado actual de “archivos dispersos” alojados en regiones remotas y sin normas sobre cómo almacenar muestras físicas, metadatos y proxies derivados, es política y académicamente insostenible e injusto. Con este problema en mente, Nurhati y otros paleoceanógrafos están construyendo nuevos modelos para guardar, estandarizar y compartir archivos marinos a través de la organización de base MARPA (Marine Annually Resolved Proxy Archives). El objetivo final de los científicos es reemplazar la curaduría individual que históricamente ha dominado los archivos climáticos por conjuntos de datos y repositorios que reflejen las necesidades de la comunidad.

En Colombia y otras regiones tropicales, MARPA puede servir de modelo para organizar y ampliar las colecciones de archivos terrestres de la forma más equitativa. Si ampliamos este modelo para incluir las interpretaciones locales y cotidianas del cambio climático, dispondremos de indicadores de justicia abundantes. No se trata de mirar y descubrir, sino de respetar y valorar.

PARA EDUCADORES
Los autores han desarrollado unidades didácticas sobre archivos naturales y alfabetización climática para alumnos de 4º a 5º de primaria, siguiendo los Estándares Científicos de la Próxima Generación (NGSS por sus siglas en inglés).

Lina C. Pérez-Ángel es geocientífica y divulgadora científica especializada en biomarcadores, geoquímica y paleoclima tropical. Hizo su doctorado en la Universidad de Colorado, Boulder, y actualmente es investigadora postdoctoral en la Universidad de Brown. Lina es originaria de los trópicos, hace ciencia en los trópicos y la comunica en inglés y español a públicos no científicos.

Jayson Maurice Porter es un escritor e historiador medioambiental que se doctoró en Northwestern en 2022 y es becario posdoctoral presidencial en el Departamento de Historia de la Universidad de Maryland, College Park. Además de su trabajo académico, está escribiendo un libro cuyo título provisional es Held: Historias multiespecíficas de las relaciones de los negros con el lugar y el poder.


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